Roma, la Ciudad Eterna, la cuna de un imperio que dominó el mundo antiguo y cuya herencia podemos sentir aún viva; la cúspide del Renacimiento y el Barroco, en definitiva, la capital de un país lleno de tesoros, encanto, hospitalidad y una gastronomía insuperable y mundialmente reconocible.
Sería imposible comprender la historia y el arte occidental sin hablar de la ciudad que, según la leyenda, fundaron Rómulo y Remo el 21 de abril del 753 a. c. Después de siglos de esplendor y derrota, de épocas doradas y años oscuros de decadencia y superstición, hoy podemos admirar todas las maravillas romanas, mezclándonos con sus acogedores habitantes y disfrutar de infinitos rincones y monumentos.
Es imposible, en breves líneas, hacer un relato completo de todos los monumentos que no podernos perdernos, porque siempre tendremos la sensación de habernos dejado algo por ver. Y esto es precisamente lo mejor que tiene la ciudad del Tiber, que nunca nos marcharemos sin la obligación de regresar para completar la visita.
Junto al famoso Coliseo o al Vaticano, existen otras visitas imprescindibles que a menudo quedan
fuera de los circuitos más conocidos como son el Templo de Portuno, el Ara Pacis de Augusto o la encantadora Iglesia de Santa María del Trastevere.
Seguramente no olvidemos visitar Santa Maria la Mayor o San Juan de Letrán, pero es posible que en un único viaje nos tengamos tiempo para acercarnos a la Escalera Santa o San Pietro in Vincoli. No son pocos los viajeros que a pesar de disfrutar del inigualable Panteón de Agripa olvidan visitar la Pirámide de Caio Cesto, el Mausoleo de Augusto o la Isla Tiberiana, porque como todo el mundo sabe, los días de los hombres son finitos, mientras que Roma es…la Ciudad Eterna.